Sweet, sweet music
El otro día me fui a ver a un genio. El otro día estuve en el concierto de Brian Wilson, y no se porqué me sabe mal decir lo del lider de los beach boys. Ah, ya se, es por esa estupidez que tenemos algunos por culpa de los mass media. Es sencillo, una masa de estúpidos que estaba en casas discográficas se dedicó desde finales de los años sesenta a vendernos la imagen de los beach boys de música para quinceañeros con sus coritos, sus chicas rubias correteando por la playa, torsos masculinos brillantes y desnudos, Malibú, etc, etc, que eso vende mucho. Y eso al final caló, desapareció de la memoria colectiva el hecho de que el álbum Pet Sounds sea uno de los más atrevidos de su tiempo, que fuera la antesala del Sgt. Peppers, que el Smile el disco que no salió y que debía haber sido lo más grande de la música pop americana- fuera el álbum más buscado entre los poseedores de cosas raras. Todo eso desapareció porque eso no vende, eso queda para unos locos
los locos de siempre. Total, a quién le importa que Brian Wilson se volviera tarumba, que sus excesos de genio dieran al traste con todo su talento.Brian Wilson hizo el Pet Sounds porque el resto de los chicos de la playa poco hicieron más que sus vocecitas y tocar algo-, con 24 años, maravillas de este tipo solo estaban al alcance de gente como Lennon y McCartney. Aquellos años daban esas cosas, con 25 años ya había personas que habían dado al mundo lo que otros a día de hoy y en toda una vida dedicada a la música jamás lograrán.
Aquellos años eran más fáciles sencillamente porque el terreno estaba desierto. Pero la sensación que queda es como si se hubiera hecho una ciudad en un terreno vacio, de la nada, y que solo los primeros edificios brillaran con esplendor eterno. Ahora, se hace alguna parada de autobús bonita, alguna buena estación de tren, pero los grandes edificios son los de antes.
¿Y qué dice la prensa?, pues hay dos tipos, la del gran público que dice que lo bueno es lo que vende y la otra, la del tirado de turno que es un apasionado de la música y que nos cuenta más o menos la verdad o su verdad- del asunto. Y esta verdad al menos es personal, no dictada por un público objetivo que pueda llenar unas arcas si se les ofrece una cara bonita, una melodía simple y pegadiza y un baile tontorrón.
Y es que está claro, la prensa prefiere hablar de Tom Clancy que de Marcel Proust. Y los que hablan de Proust que se vayan al suplemente semanal de cultura y que no se salgan de ahí, que aburren ¡hostias!
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